Resumen:
Desde la pasada década, el tema de la enseñanza diferenciada por sexos se convirtió en objeto de un acalorado debate en los Estados Unidos entre políticos y académicos que en este asunto no siguen las líneas convencionales de sus posiciones conservadoras o liberales, como allí se suelen denominar. Unos se oponen a la enseñanza diferenciada buscando la igualdad «formal» o tratamiento igual y arguyen que los programas sólo para niños o niñas violan el principio de que a las personas en una situación similar se las debería tratar de manera similar. Sus oponentes afirman que lo importante no es la igualdad «formal» sino la «sustancial ». Buscan igualar los resultados docentes que han resultado ser de menor relevancia para las chicas y los estudiantes pertenecientes a las minorías raciales.
Intentar separar la magnitud de las posibles diferencias entre los sexos y su origen resulta ser una tarea desalentadora. Pero en vez de centrarse únicamente en el rendimiento o en los resultados de los tests de aptitud, un enfoque más prometedor para los educadores es examinar las diferencias entre los sexos a medida que se desarrollen, sin olvidar que hay diferencias dentro de cada grupo.
Surge entonces la cuestión de cómo salvar la diferencia en el rendimiento de ambos sexos en el programa de estudios y en las aptitudes. Y aquí es donde entran en juego las políticas educativas y la práctica educativa.